viernes, 18 de diciembre de 2015

EN ESTE PAÍS NOS IRÍA MEJOR SI UNA MUJER LO GOBERNARA

#CiudadíaEnCampaña
ÚLTIMO DÍA DE CAMPAÑA.
José Luís Serrano, escritor y presidente del Grupo Parlamentario Podemos Andalucía en el Parlamento andaluz, decía el otro día en Granada, con respecto a Andalucía, que no es una patria sino una matria. Mi amigo Antonio Manuel Rodríguez, andaluz de profesión y más cosas, me amplió el concepto con esa pasión que le caracteriza cada vez que habla de Andalucía y su historia: «El concepto de patria podríamos entenderlo como un concepto excluyente y patriarcal. Sin embargo, el concepto de matria nos habla de una identidad que abraza, como una madre. Por eso Andalucía es abrazante y no abrasiva. Andalucía, como nación, se ha construido por inclusión, no por exclusión. Andalucía es mujer, y es madre protectora».
Y toda esta introducción es más que para plantear la siguiente pregunta: ¿nos iría mejor si este país —o país de países— lo dirigiera una mujer?
Pensando en el cambio tan profundo que necesitamos en este país, me acordé de mi madre y de las mujeres de mi pueblo. En cómo mantenían sus casas siempre limpias, aireadas y llenas de flores.
Recuerdo, cuando llegaban las fiestas importantes, cómo se arremangaban y hacían una limpieza general de arriba a abajo. No dejaban un rincón sin escamondar. Se retiraban muebles, y la casa se ponía patas arriba. Había que sacar toda la mierda. Que no quedara ni una mijita de suciedad. Había que dejar la casa impoluta. Limpia y transparente para que cuando vinieran las vecinas o los familiares olieran a limpieza y honradez. Pobres pero limpios, y muy dignos.
Obviamente era un trabajo duro pero ellas lo hacían por el bienestar de su familia. Lo hacían con amor o por amor a sus hijos, por su sangre. Y también por un sentido ético y de responsabilidad. Eran mujeres que sabían cumplir. Orgullosas. Las primeras en levantarse y las últimas en acostarse. Mujeres que con su limpieza, honradez y transparencia eran un ejemplo de dignidad para sus hijos y sus hijas, y sin necesidad de decir una sola palabra.
Ahora, en estos momentos actuales, en pleno siglo XXI, esa dignidad ganada con tanto sacrificio y con tanto trabajo durante generaciones, mucha gente se está viendo obligada a venderla para poder conseguir un miserable puesto de trabajo o para conseguir las limosnas del SEPE o de los Servicios Sociales de sus ayuntamientos.
Y ya que estoy haciendo memoria, también recuerdo lo sensatas y equilibradas que eran con la economía familiar las mujeres de mi tierra. Mi madre nunca gastaba más de lo que tenían. Sabía administrar lo poco que había con sentido común y equidad. Todas manejaban con una sabiduría extraordinaria —acumulada durante siglos— el sentido de la sostenibilidad. Nada de gastos inútiles, solo lo necesario. Caprichos, los precisos. Y si tenían que comprar algo a plazos, con su palabra bastaba. No hacían falta contratos. Rascaban de donde fuera para cumplir. Siempre pagaban sus deudas. A una mujer de mi pueblo nadie le iba a sacar los colores porque debiera dinero. Eso, jamás.
En la educación de sus hijos era la única cosa donde no escatimaban recursos. Sabían que el futuro de sus hijos e hijas estaba en la educación. Familias enteras se sacrificaban para que por lo menos uno de los hijos (varones en su inmensa mayoría) estudiara. Hoy en día, que nuestros hijos estudien para que tengan un futuro mejor, suena a un mal chiste contado por alguien que, encima, no tiene gracia. Mi sobrina —22 años— terminó el curso pasado sus estudios de fisioterapeuta, ahora mismo está trabajando en un restaurante italiano en Manchester (Inglaterra). Ella hace los postres y su novio, graduado en criminología, hace las pizzas. El sacrificio de mi hermana y mi cuñado desde luego no ha sido en vano. Sí, mi sobrina es un mujer estupenda, trabajadora, integra, bien preparada y tiene su carrera, que es lo importante. Pero la otra realidad es que mi hermana y mi cuñado han dejado de disfrutar de tener a su hija a cerca y, además, viven con la intranquilidad de que el futuro de su hija es incierto. Porque para venirse a España a que le hagan un contrato de mierda, mal pagado y temporal, mejor que se quede haciendo pizzas en Inglaterra. Por lo menos conoce otro país, y de paso aprende inglés —idioma que no sabe su tío, el que les habla—.
 «¡Ay, Dios mío!, con to lo que yo tuve que luchar para ahora tener que ver a mis hijos y a mis nietos así!», piensan muchas abuelas. Y también estoy seguro de que algunas de esas viejas, listas y sabias, de lengua rápida, dirían: «A este país lo que le hace falta es eso, un buen fregao, pero de los verdad, de los de antes. Con estropajo y lejía. De arremangarse, hincar las rodillas y refregá hasta que salga to’a la mugre.»
Pues sí, familia, eso es lo que creo que hace falta: una limpieza a fondo con lejía y estropajo. Y si es necesario hincando las rodillas en el suelo para refregar con fuerza, sobre todo, los/as que más han ensuciado este país —o país de países—. Al final, la «casualidad» de coincidir las elecciones generales con las fiestas navideñas, puede que se convierta en una feliz coincidencia. Y lo pienso  porque el 20D nos puede dar esa oportunidad. La de hacer esa limpieza general tan profunda y tan necesaria. Hay que darle una buena mano de cal a todo el país y replantar de flores nuevas todos los patios y todas las casas.
Y volviendo a la pregunta del principio, ¿nos iría mejor si este país lo dirigiera una mujer? Mi conclusión es que sí. Creo que nos irá mucho mejor si este país lo gobernara una mujer. Mujeres inteligentes, ecuánimes, sensibles y de buen corazón, que abracen y unan.
Así que de paso, aprovecho para manifestar mi respeto y admiración por todas las mujeres comprometidas y luchadores que se presentan a las elecciones. Espero que ellas pongan cordura y sentido común en el nuevo país que necesitamos, debemos y vamos a construir.  Y como oí decir a una negra cubana en pleno periodo especial, «Compañeras, lo último que se puede perder es la ternuraaaa».
¡Ah!, una cosa más, sé que me pongo muy melodramático y pedorro —lo siento—. Quiero aclarar que en mi casa fuimos muy felices. Pobres pero felices. Mi madre siempre estaba con ganas de reír. Mi infancia está llena de griteríos, bullas, chistes y bromas. Las mujeres de mi tierra no sabían estar serias. Ponerse serio era como tener una actitud superior. «Mira esa, que seria va, se creerá alguien», decían. Esas eran las mujeres de mi tierra, siempre con una sonrisa en la boca y una frase con doble sentido preparada para ponerte en tu sitio.

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